Manifiesto

Veinte Centavos surge por la necesidad de crear un espacio en el cual podamos escribir y debatir sobre diversos temas culturales. Literatura, música, cine y teatro serán nuestros temas habituales, y no dejaremos de lado la actualidad, en la que se combina el pasado y el futuro.Aprovechando la tecnología, creamos está revista virtual, este blog cultural, y esperamos que ustedes disfruten leyendo –y respondiendo- y nosotros escribiendo.

Una tarde en el ascenso

Por Nahuel Billoni




Todo lo que aprendí de moral, lo aprendí jugando al fútbol.
Albert Camus

La mañana del sábado 22 de mayo no era una más en Merlo. Poco importaba la proximidad del bicentenario, la final de la Copa de Campeones o la reapertura del Teatro Colón; lo único de verdadera trascendencia era el partido que disputaría Deportivo Merlo contra Sarmiento de Junín por la promoción.
(En el caso que usted, querido lector, no sepa qué significa la promoción haremos una breve y sencilla explicación: los torneos del fútbol argentino se encuentran divididos en distintas categorías que van de la A (la más conocida, la primera) hasta la D (dejando de lado los campeonatos provinciales). Para participar de las mencionadas categorías existe un sistema de ascensos y descensos. Los primeros dos ascienden y los últimos dos, descienden. Pero la cuestión no termina ahí, los dos equipos más cercanos a los últimos y los dos más cercanos a los primeros, juegan un partido para disputar la plaza de la categoría. Es decir, si el equipo X salió tercero en la B nacional enfrenta al que terminó en el puesto número dieciocho de la A. Quién sale ganador jugará en la A. A ésta última etapa se la denomina “promoción”.)


El encuentro se disputaría en la cancha de Deportivo Armenio a las 15:15. El conjunto de zona oeste no podía utilizar su cancha para hacer de local porque estaba suspendida.
Según cuentan, hace un tiempo, las dos facciones de la barra se habían enfrentado en una batalla –con heridos y muertos, como consecuencias- por el poder absoluto de las tribunas en el estadio. Este hecho que suele ser penosamente normal en nuestro fútbol, tuvo una curiosidad: los líderes de ambas facciones eran hermanos, es decir, no hay ley primera que valga en las gradas.
Cerca del mediodía se podían ver a varios hinchas del Depo preparándose para ir a la cancha. Camisetas, gorros, banderas, autos con escuditos del club; inundaron las calles de la ciudad. Si uno caminaba un par de cuadras, encontraría a varios seguidores que se alentaban entre sí. Parecía un cuento de Soriano.


Llegamos al estadio. Había dos filas. Por un lado, una para sacar entradas; por el otro, una para ingresar. Mientras sacaba las plateas pude ver cómo varios retiraban sus credenciales de prensa. Parecía que había más periodistas que hinchas.
Una vez dentro del estadio, ya en la tribuna, empezamos a conocer varios códigos: está prohibido el ingreso de simpatizantes locales pero esto no quiere decir que no los haya, hay que buscar un jugador rival y tomarlo de punto, no se puede mencionar la palabra descenso, cada uno tiene su lugar…


Arrancó el partido y con este la adrenalina. La gente salta, alienta, insulta, sufre y festeja Es el típico encuentro del ascenso: trabado, sin lujos y con pocas posibilidades de gol.
Uno de los simpatizantes se obsesiona con el once de los rivales. Aprovecha que es el más cercano a la tribuna para hostigarlo cada vez que se aproxima. Sos horrible, negro hijo de puta; empieza. Una de esas tantas particularidades que tiene el fútbol es la aprobación de cualquier tipo de insulto. Hay un cierto consentimiento –éticamente reprochable- a decir cualquier barbaridad porque se está en una cancha. El tipo lo sabe, no tiene filtro. Dale muerto, sos feo, a tu vieja se la garchó un mono; grita. No juegues más negro puto, volvete a África con tus hermanos. El pobre jugador, que para colmo tiene una mala tarde, empieza a observarlo de reojo. Pierde concentración. El hincha lo sabe y lo toma como un triunfo: mirá cómo saqué del partido al once, dice.
A los nueve minutos ocurre la primera llegada de Merlo. Encare y desborde, el jugador entra al área grande, llega al fondo y… el defensor rival comete falta. ¡Penal! Todo es alegría en la platea. Nadie duda: bien cobrado.
¿Quién le pega?, preguntó. El chileno, contestan. Es una de las figuras del equipo. Juega de delantero. Es hábil, tiene gol y deja todo en la cancha, explica un viejo. El apodo no tiene nada que ver con su nacionalidad, surgió como una gastada (¿?) por la forma en la que habla.
El chileno toma carrera. Va a reventar el arco, pienso. Me equivocó: patea suave y esquinado. El arquero va para el otro lado. ¡Gol! Las frases que se escuchan son muchas. La puta madre mal. Gol. Vamos Merlo todavía. Gol, carajo, gol. La promoción, la promoción, se va a la puta que lo parió. ¡Sarmiento sos horrible! ¡Muertos! ¡Andá a buscarla adentro negro muerto de hambre!
El resto del primer tiempo pasa sin dejar mucho más. Un par de intentos frustrados de los visitantes que se quedan en eso. Cuando salen los equipos para el vestuario bajan de las tribunas alientos e insultos, ya se imaginan a quién iba cada uno.
Los quince minutos del entre tiempo pasan rápido. Sirvieron para escuchar un par de charlas. Cuentan que el arquero se va a jugar a Colombia, que el ocho jugó en Independiente y que el técnico –me entero que es el Uruguayo y es uruguayo de ley- se queda para la próxima temporada.
El cafetero es uno solo para toda la tribuna, va de un lado para el otro. El vendedor de garrapiñada es uno solo para toda la tribuna, va de un lado para el otro. Por cierto, el del café y el de las garrapiñadas es el mismo.
También, sentado a un par de metros, escuchó a un hombre que dice ser técnico de la tercera división de Inglaterra. Vengo a buscar jugadores, le explica a su vecino. ¿Vio algo interesante? Pone cara de superado: estamos en eso.


Cuando el árbitro hace sonar el silbato para dar comienzo al segundo tiempo, empiezan los rezos y las promesas. Alguien dice que todavía faltan cuarenta y cinco minutos de sufrimiento. Otro que no son minutos, son horas. Otro, cierra en días.
El juego es bastante pobre. Pocas llegadas y mucha garra. Sarmiento salió con tres delanteros, sin embargo no inquietó al arquero de Merlo.El equipo del oeste supo controlar a su rival
Es fácil percibir la tensión en la platea. Es más, es contagiosa. Porque el fútbol, además de su aspecto violento, tiene infinidad de cosas positivas. Pocas actividades pueden servir para unir un grupo de personas como este deporte. Se genera una fraternidad con personas que no se conocen, que resulta difícil de explicar. No conozco al tipo que está al lado mío, no sé su ideología, ni siquiera el nombre, pero en ese momento y lugar, es un compañero, un amigo.
Volvamos al partido. El mayor susto fue cuando el referí adicionó tres minutos. ¿Por qué tanto?, gritan. A los cuarenta y ocho terminó el encuentro. El depo se quedó en la B nacional. El público festejaba. Los jugadores dejaban la cancha. Todos eran ovacionados. Todos eran héroes. Todos éramos Deportivo Merlo.

2 comentarios:

Maitena dijo...

No me identifico con lo que contas. Pero me hizo acordar a Fontanarrosa.

Anónimo dijo...

Me parece ver las marquesinas. Aguante que este football fubolea!!!
Pasion por el deporte