Manifiesto

Veinte Centavos surge por la necesidad de crear un espacio en el cual podamos escribir y debatir sobre diversos temas culturales. Literatura, música, cine y teatro serán nuestros temas habituales, y no dejaremos de lado la actualidad, en la que se combina el pasado y el futuro.Aprovechando la tecnología, creamos está revista virtual, este blog cultural, y esperamos que ustedes disfruten leyendo –y respondiendo- y nosotros escribiendo.

Carta

Ante todo es el dolor

Por Nahuel Billoni

Dolor,
Ante todo es el dolor.

¿Qué se pierde?
¿Qué es tan difícil de explicar?
¿La ausencia? ¿El vacio? ¿El futuro? ¿La ilusión?
La ilusión no.
Porque hay un lazo, una fuerza que nos une.

Como el carisma que no se compra en universidades.
Como esas sensaciones que no se miden con palabras.
Como la Historia que no se enseña en las escuelas.
Como el afecto que viene sin exigencias

¿Y ahora qué entonces?
Algunos entenderán ahora.
Otros guardaran silencios mentirosos
Otros entregaran lágrimas de plástico.
Nosotros, ya lo dijimos: dolor.
Y bronca.

Habrá que pararse, tomar la bandera.
Juntar fuerzas y extenderlas.
Nos quedamos con las ideas,
Con el camino, con el legado,
Con su compañera.

Y mientras, un último abrazo que será eterno.

Que no nos roben el cine

Del cine basado sobre hechos reales al cine prolongador de la ola mediática

Por Gustavo Gareiz

Atrapado quizá por una fiebre de misticismo numerológico, un cinéfilo empedernido se para frente a su aparato de plasma y descubre que en 2001, una premonición del cine para TV anunciaba lo que hasta hace pocos días resultó, al menos en el discurso de “los medios”; el evento más seguido de los últimos años: el rescate de los 33 mineros chilenos.

Submerged es la historia del rescate de los sobrevivientes del submarino U.S.S. Squalus, quienes en 1939, por razones nunca establecidas, quedaron atrapados en las profundas aguas del Atlántico. La tripulación del submarino era de originalmente 59 marinos, aunque luego del accidente solo sobrevivirían 33. Sí, 33. El mismo número de sobrevivientes que en Copiapó. El mismo número de hombres sumergidos por el absurdo de la guerra, pero enterrados por la avaricia y la explotación.

Pero el cinéfilo no quiere quedarse en este tipo de coincidencias, tan fértil para el noticiero de la tarde. Muy al contrario, se halla conmovido por la propensión a convertir al cine en un anestésico en contra de la reflexión profunda sobre las miserias del hombre. Y va más allá.

Entonces se entera de que la “Madera Sagrada” de Los Ángeles ya negociaba, todavía con los mineros enterrados, los derechos para filmar la película de la epopeya de los 33. Y descubre que ya hay un actor sindicado para erigirse como protagonista. Claro, un estereotipo de latino recio con cara de sufrido: Javier Bardem.

El cinéfilo se pregunta ahora por qué nunca los mercaderes del cine se entusiasmaron con Lavalleja y sus 33 Orientales. Puede llegar solo a la conclusión de que el cine, convertido en campaña de anestesia global, no se interesa por aquello que no pueda ser cristalizado en el imaginario como “épica” posmo, más proclive al deslumbramiento de los misterios y milagros mundanos que a la generación de la memoria colectiva, o mejor aún, al deleite que parte de hechos históricos apenas como excusa.
En su ya de declarado encono, el cinéfilo corre a su archivo y desempolva una de sus joyas predilectas: Los juicios del Nüremberg.

Arranca por su reparto: Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmark, Marlene Dietrich, Maximilian Schell, Judy Garland y Montgomery Clift. Un verdadero seleccionado al servicio de una historia que tranquilamente podría haberse sumergido en las aguas del cliché o enterrarse en busca del tesoro del aplauso fácil.

Ni una cosa, ni la otra. La película está hecha en el país de los buenos, de los vencedores. Y sin embargo, el cine como arte es la premisa. Una historia en la que cada personaje no es una figura al servicio de un juicio preestablecido. Una narración que oscila entre la tragedia griega más compleja y una trama de espejos solo posible de desentrañar desde el lugar del soberano: el espectador y su interpretación. Nada cerrado, todo abierto o por abrir.

“Que no nos roben el cine”, piensa.

Que no conviertan al arte en artefacto de prolongación de la ola mediática que vuelve a la TV una realidad más respetable que la realidad misma.

Que no conviertan a la realidad en una versión remixada de la historia de cómo los buenos norteamericanos & Cía. reparten buenas y heroicas acciones por cada rincón del mundo.

Que el hombre no quede reducido a la mínima expresión por obra y gracia de la cultura de la imagen. Que esos hombres que mueren o viven o están muertos en vida no sean pintados sobre la madera sagrada de California.

Que el cine siga siendo el refugio de los sueños y de la fantasía de los que se niegan a aceptar que ya está todo dicho y que si alguna cosa se sale del molde es porque Dios obra milagros con el Tío Sam como párroco del universo.

Que, como Spencer Tracy a Burt Lancaster, nos preguntemos: “¿Cuándo empezó todo esto?” Y podamos respondernos: “Todo empezó el día en que sabíamos que éramos inocentes e igual nos condenamos”.

Pregunta:

¿Quién merece un Premio Nobel?